La salud mental es un tema difícil de hablar para cualquiera, pero ha sido especialmente difícil para mí como latina. No crecí en una casa donde los temas de salud mental se conversaran, y muchos de nosotros haríamos cualquier cosa
Solía ser como tú, evadiendo la terapia a cualquier costo. Preferiría beber un galón de té de manzanilla que admitir el hecho de que tengo problemas que deben ser discutidos con un profesional. Eso me haría loca, ¿no? Y nunca
En lugar de eso, por años llevé mis problemas con amigos o familia, bebía un copa extra de vino (o tres) cuando me sentía particularmente estresada, bailaba y comía, incluso limpié mi cocina hasta que brillara — lo que fuera con tal de evitar hablar de los problemas que me preocupaban. Problemas que, en el fondo, sabía que no podría solucionar sola, a pesar de que eso fue lo que intenté hacer durante años.
Resulta que no estoy sola. De acuerdo a la Oficina de minorías y asuntos nacionales de la Asociación Americana de Psiquiatría, poco más de 1 en 11 latinos con desórdenes mentales contacta a un especialista de salud mental mientras que 1 en 5 contacta a un médico general.
La verdad es que no crecí escuchando mucho acerca de la salud mental. A pesar de que mi familia no es muy religiosa y son fans de la medicina occidental, los problemas relacionas a la salud mental nunca fueron discutidos. Siempre hubo un aire de “no está bien hablar sobre esto”, por lo tanto nunca lo hicimos. La única vez que recuerdo haberlo discutido cuando era más joven, fue cuando yo y mi familia fuimos a terapia familiar para lidiar con un asunto que tenía nada que ver con la salud mental (el manifestar mi bisexualidad).
Pasaron años antes de que pensara en la salud mental como una opción. Luego de la universidad, y mientras me unía a la fuerza trabajadora y mi estrés y ansiedad fueron evidentes, empecé a notar cómo mis amigos blancos (por falta de un mejor término para referirme a ellos) asistían a terapia. Uno de mis mejores amigos había estado viendo a un terapeuta por años y estaba muy entusiasmado con su experiencia, mientras otros lidiaban con depresión por distintas circunstancias de la vida y ver a un terapeuta parecía ayudarles.
Después de superar mi sock inicial de que no solo mis amigos no-latinos iban a terapia, sino que compartían experiencias positivas, fue que empecé a pensar que quizá era algo que también yo debería considerar. Pero mi vergüenza y culpa al admitir que necesitaba ayuda me detuvo de generar cambios por muchos años.
Mientras crecía en mi vida y carrera, mi estrés y ansiedad continuaban empeorando. No sabía cómo lidiar con ello porque nunca aprendí a comunicarlo apropiadamente o a manejar mi ansiedad. Finalmente, este año alcancé mi límite, reuní coraje y busqué ayuda. Y ha sido lo mejor que he hecho.
Desde entonces, encontré un terapeuta confiable y disfruto ir cada semana. Pasamos nuestras sesiones hablando sobre todas las cosas que ya hablaba con mis amigos y familia, solo que ahora tengo un profesional que me ayuda a ver las cosas de una manera distinta, aclarando mis pensamientos y sentimientos sobre la situación y ayudándome a establecer metas para mejorarme a mí misma.
Y es eso a lo que se resume, ¿no? Mejorarse a sí misma.
Estoy maravillada de contarles que soy más feliz que nunca y estoy cada día mejor. Mi familia está dispuesta y me apoya, y mis amigos han visto una real diferencia en mi conducta.
Desde que empecé la terapia, la primera cosa que aprendí es que a todos nos podría servir hablar con un profesional. Es maravilloso tener amigos y familia con las cuales contar, y ciertamente aún cuento con ellos, pero no es igual a que alguien externo nos provea de una perspectiva diferente y un tipo distinto de ayuda.
Mi mayor sorpresa fue cuando en un almuerzo reciente con mi tío, mencionó a un profesor cubano que tenía una idea revolucionaria en cuanto a la salud mental: si vamos al médico general cada año para una revisión física, ¿por qué no vamos cada año a un terapeuta para una revisión de salud mental?
En mi caso, sé que necesito más que eso. Mientras progreso, espero eventualmente poder necesitar ver menos a mi terapeuta. Pero sí sé algo: la terapia y todos los beneficios que me provee seguirán siendo parte de mi vida. Ya no me avergüenzo de pedir ayuda y eso me hace una mejor persona. Y eso es todo lo que quiero.
Puedes leer el artículo original en inglés aquí.
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