Todos los seres humanos debemos lidiar con nuestra sexualidad y encontrar/desarrollar modos de relacionarnos con los demás. La forma en que actualmente nuestra sociedad lo lleva haciendo es a través de la monogamia y la conformación de relaciones monogámicas. Pero… ¿es esta la mejor respuesta? Veamos.
Partamos por ver qué entendemos por monogamia. Como hay muchas definiciones para esta misma palabra, elegiremos una que se ajusta bastante bien a la realidad chilena y, probablemente, a gran parte de la sociedad occidental. Así, entendemos la monogamia como un acuerdo entre dos personas, donde éstas se comprometen a mantener una relación emocional y sexual exclusiva (esto implica que establecer relaciones emocionales y sexuales similares o del mismo tipo con terceras personas pasa a llevar dicho acuerdo).
Las relaciones que caigan fuera de esta clasificación son usualmente calificadas extrañas y antinaturales por muchas personas. Pero, ¿es tan así? Si miramos el último par de cientos de años vemos que la monogamia –bajo la institución del matrimonio- ha sido el modo en que han funcionado las cosas. Mejor dicho, ha sido el modo en que se han dado las cosas, porque realmente no han funcionado tanto. Las altas tasas de infidelidad se mantienen constantes y las de divorcio no hacen más que crecer. Abundan los matrimonios infelices, plagados de violencia física y/o psicológica y privados de cualquier satisfacción .
La sexualidad y la afectividad humana no evolucionaron para la exclusividad que la monogamia demanda.
El modelo de emparejamiento monogámico ha fallado; viene fallando desde hace décadas. ¿Y por qué? Si bien la respuesta es bastante compleja, nos enfocaremos en uno de los aspectos más relevantes: la sexualidad y la afectividad humana no evolucionaron para la exclusividad que la monogamia demanda.
Nacemos cableados para establecer múltiples vínculos sexuales y afectivos; nuestros cerebros, si bien preparados para formar lazos emocionales y relaciones continuadas en el tiempo, no tienen un límite de cantidad ni vienen con una clausula que imposibilite más de una relación.
Omnívoros Sexuales.
Christopher Ryan, doctor en psicología, sugiere que miles de años de evolución nos han llevado a ser omnívoros sexuales: estamos preparados para disfrutar de todo. En distintas cantidades y con diferentes frecuencias; algunas comidas/relaciones gustan más que otras y buscamos disfrutarlas más seguido, pero eso no quita que nuestra tendencia natural siempre es a la variedad.
Este autor incluso afirma que durante gran parte de los 200.000 años de su existencia, los seres humanos vivimos en comunidades donde hombres y mujeres mantenían relaciones sexuales y afectivas simultáneas con distintos miembros de sus tribus, y que incluso hoy en día, en grupos aún ajenos a nuestras normas culturales impuestas, mujeres y hombres viven una sexualidad mucho más abierta y libre.
Te preguntarás entonces, ¿si evolucionamos para esta diversidad de relaciones, cómo llegamos a este punto?
Históricamente, la monogamia aparece como un acuerdo de conveniencia legal y económica. Con el tiempo, le fueron agregando un poco de color, y terminaron mezclándola y reforzándola con las ideas del amor romántico y la fidelidad. La iglesia católica (y los sistemas religiosos judeo-cristianos) hizo lo suyo condenando con los fuegos del infierno (siempre tan dramáticos) a quienes no se alinearan con su visión de matrimonio y fidelidad. Para rematar, Hollywood y Disney nos vendieron las relaciones monogámicas como el modelo al que todos debemos aspirar para ser felices para siempre. Ta-dá, hágase el sufrimiento.
Implicancias
Siempre que se abre este tema sale la pregunta: ¿entonces se supone que todos debemos estar tirando con todos en todo momento? No necesariamente, depende.
Las implicancias de nuestra historia sexual y evolutiva -y cómo conducirnos hoy en día en función de ellas- es un tema aparte y que trataremos en la segunda parte de este artículo (¡Atentos para la siguiente semana!).