¿Qué pasa cuando fingimos nuestras emociones para caer bien a todos? Complacer, encajar o agradar por sobretodo son una de las principales motivaciones de aquellas personas que han dedicado su vida a caer bien y dar una buena impresión, los llamaremos “supresores” (porque para complacer y agradar necesariamente tienes que suprimir varios aspectos de tu personalidad).

Hemos recorrido algunos estudios que nos demuestran que nada bueno sale de esas conductas.     La psicóloga social Sanna Balsari-Palsule, en un estudio que actualmente conduce, donde se busca dilucidar los efectos de actuar en contra de nuestra propia naturaleza en nuestro espacio de trabajo; ha visto que hasta ahora los resultados demuestran que suprimir nuestra personalidad por mucho tiempo, conlleva estrés y eventualmente “burnout” físico y mental. El burnout consiste en agotamiento emocional, fatiga y depresión, además de síntomas psicopatológicos relacionados con ansiedad y por supuesto la baja de eficacia en el trabajo.

Hasta ahora se concluye que fingir nuestra personalidad en el trabajo acarrea como resultado una mala salud en general, ya que el sistema inmune se ve afectado.

Como sociedad nos comunicamos a través de señales que han evolucionado junto a nosotros por miles de años. Dichas señales responden a la empatía, en la mímica o cómo reaccionamos a las señales emocionales de otros. Suprimir nuestras emociones en el intento de ser agradables con otros implica desconectarnos de una parte muy importante de nuestra personalidad y eso, contrariamente a lo que se busca, trae un gran desgaste en nuestras relaciones y primeras impresiones en general.

En otro estudio de Allison M. Tackman y Sanjay Srivastava, de la Universidad de Oregon, los datos nos permiten entender que el suprimir emociones suponían un alto costo social:

“Tienen menos apoyo social, vidas sociales insatisfactorias y experimentan problemas formando relaciones cercanas con otros”.

De los resultados de la muestra de 149 participantes del estudio, se extrajo que las personas perciben a los supresores como personas distintas a ellos en términos sociales e indiferentes a los sentimientos ajenos, lo que explicaría porqué no se les quiere cerca. Todos podemos percibir a esa persona que intenta conectar con todos pero en su afán termina conectando con nadie.

Por otra parte, sabemos que en ciertas situaciones nos vemos obligados por la sociedad a cumplir roles donde debemos regular nuestras emociones para poder sortearlas sin problemas pero no suprimirlas ni reprimirlas. Aunque el vivir en sociedad significa tener reglas que nos impiden decir todo lo que queremos, podemos aspirar a actuar de manera sincera, pero asertiva.   Es el norte que nos queda a todos quienes nos preocupamos por los demás pero al mismo tiempo damos el peso necesario a nuestra propia salud y principalmente a mantener nuestra esencia.

La asertividad es una estrategia de comunicación, entrenable, que nos permite expresar de manera libre y clara, sin agredir a otros y sin permitir que nos agredan. Una conducta asertiva nos permite ser honestos acerca de nuestros sentimientos y emociones con los demás, implica entender las motivaciones propias y las de los demás pudiendo generar relaciones sanas y excelentes primeras impresiones.