La culpa nos guía para distinguir el bien del mal, pero a menudo la cruza la línea y nos mantiene estancados, rumiando el pasado y si no le prestamos atención, puede llevarnos a estados depresivos.
A continuación te contamos cómo puedes deshacerte de la culpa tóxica:

1 El lado positivo de la culpa

Sentir culpa nos hace sentir miserables, pero el hecho de que podamos sentir culpa es una buena señal. Revela que nos importa si herimos a otros.  Tener la tendencia natural a sentir culpa va de la mano con la honestidad, cooperación, consideración y consciencia. La culpa es una brújula que nos conduce moralmente.

2 Reparaciones

Si te sientes culpable sobre algo objetivamente malo que hiciste, necesitas arreglarlo. Aunque sea incómodo y tengas mil razones para no hacerlo, lo más probable es que te sientas aliviado luego de haberlo hecho. Una disculpa sincera puede hacer una gran diferencia. Y si no sabes cómo disculparte, aquí te enseñamos el arte de hacerlo, pues un simple ‘lo siento’ no es suficiente.

3 Desafía los sesgos

Mucho de lo que la psicología sabe de culpa es gracias a investigaciones con veteranos de guerra. La guerra es un mar de oportunidades para sentir culpa: culpa por matar al enemigo, culpa por disfrutar matar al enemigo, culpa por matar a civiles, culpa por haber sobrevivido cuando otros murieron, culpa por haber violado la regla de ‘no dejar a ningún hombre atrás’, culpa por sentirse alienado o desconectado al volver a casa y muchas otras más.

Pero la culpa de los veteranos, aún bajo circunstancias especiales, se puede aplicar a todos nosotros: la culpa materna, la culpa católica, la culpa liberal, etc. La raíz de toda culpa tóxica recae en errores de pensamiento que nos hacen sentir inapropiadamente culpables.

El primer sesgo es creer que pudimos anticipar las consecuencias. Por ejemplo, saber que no tuviste un regalo para un amigo que, posteriormente, te revela que sufría de depresión; el error sería pensar que debiste haber sabido o supuesto su estado anímico, y haber actuado de acuerdo a eso.

Para superar esta situación, debemos ser conscientes y honestos y diferenciar lo que “debía haber sabido” de lo que “quisiera haber sabido”. En este caso, seguramente sería “quisiera haber notado que sufría depresión, pero no podía suponerlo o adivinarlo”. Esto no se trata de buscar una excusa, si no de reconocer las limitaciones reales que todos tenemos al momento de suponer y adivinar los estados anímicos y mentales de los demás.

4 Desafía la falta de justificación

El segundo sesgo o error de pensamiento es la falta de justificación. Esto consiste en creer que no hubo una buena razón que justificara el curso de acción que tomamos; creemos que pudimos haber tomado una mejor decisión y haberlo hecho mejor. Por ejemplo, sentirnos culpables por nuestro horrible comportamiento adolescente.

Cuando nos sentimos culpables por las consecuencias de nuestros actos, a menudo creemos dos cosas: primero, que de seguro había un mejor camino a tomar y, segundo, creemos haber tenido los recursos, perspectiva y herramientas que se requerían para tomar ese mejor camino (siendo que, probablemente, no las teníamos).

Para superar estos errores de pensamiento, debemos pensar en la información, habilidades y recursos que teníamos en el momento en que tomamos esa decisión, y no juzgarnos tan duramente en función de los pensamientos, madurez y herramientas actuales. De seguro llegaremos a la conclusión de que no estábamos tan bien preparados como creemos. En el caso de un mal comportamiento adolescente, nos daremos cuenta que no teníamos el nivel de madurez emocional que tenemos en la adultez como para ser conscientes de nuestro comportamiento.

No juzgues las acciones del pasado con el mismo criterio, habilidad, madurez y sabiduría con el que juzgas tu acciones del presente.

5 Desafía el sentido de la sobre-responsabilidad

El tercer sesgo es un concepto llamado sobre-responsabilidad, donde pensamos que somos el único responsable por las cosas que ocurren. Por ejemplo, cuando los niños se culpan por las peleas de sus padres o mujeres abusadas se culpan por el abuso que reciben.

Para desafiar este sesgo, debemos preguntarnos “¿Quién actuó inapropiadamente?” ¿Fue el niño o la mujer abusada? No, claro que no.

Otra forma de desafiar este error de pensamiento es pensar en todos los factores que causaron la situación sobre los que no tenemos ningún control y de los que, por tanto, no podemos sentirnos responsables.

6 Desafía el sesgo del error intencional

Este cuarto y último sesgo nos habla de creer que cometemos errores o violamos nuestro código valórico a propósito. Por ejemplo, podemos haberle recomendado un restaurante a un amigo, y como resultado de comer en ese lugar, él contrae una infección estomacal.

Para desafiar y superar este sesgo, debemos diferenciar el daño infringido intencionalmente (y con conocimiento de las consecuencias) versus el daño que resulta de una situación que se produce sin que actuemos de forma intencional. Volviendo a nuestro ejemplo, el restaurante que recomendamos es un lugar establecido hace años, con todos sus permisos y cuenta con buena reputación; en resumen, no había cómo predecir que justo el día en que nuestro amigo fue a cenar iba a comer algo en mal estado. La intención fue que nuestro amigo pasara un momento agradable cenando, y hasta ahí llega nuestra responsabilidad.

7 El paso del tiempo

Esta es la solución más fácil. Investigadores llegaron a la conclusión de que sentimos menos culpa y vergüenza a medida que envejecemos. Así que aquella gastada frase “el tiempo lo cura todo” en este caso podría resultar ser cierta.

Finalmente, estos pasos, y el poner en perspectiva nuestros sesgos de pensamiento, no busca decirnos “no fue mi culpa y siempre actúo bien”, sino que apunta a contextualizar las situaciones que nos generan culpa, considerando sus factores y dificultades, para al fin sentir compasión por nosotros, reparar cuando sea necesario y poder avanzar en nuestra vida.