Racionalmente, sabemos que las cosas cambian. Pero, en lo cotidiano, realmente no percibimos que sea así, a menos que se trate de cambios muy evidentes o decidamos prestar atención de forma consciente.
Tenemos la errónea intuición de continuidad, solidez y permanencia de las cosas, situaciones y personas en nuestra vida. Y si llegamos a reconocer que en algún momento cambiarán o se irán, lo hacemos pensando en un futuro y no en el ahora.
Las ideas que tenemos sobre el cambio (y la resistencia que tenemos frente a él) contribuyen a que, cuando aparecen las dificultades, tenemos una sensación aumentada de crisis, se prolonga e intensifica el dolor y vivimos un nivel de sufrimiento innecesario. De hecho, en tiempos difíciles tenemos la tendencia a pensar que nuestras emociones y pensamientos dolorosos nunca van a acabar, a pesar de que son precisamente aquellos momentos los que nos permiten mayor transformación.
Postergamos una y otra vez las acciones necesarias para fluir con el cambio porque no toleramos la incertidumbre que el cambio trae. O nos apresuramos a la acción sin medir consecuencias, todo por concluir rápido el proceso. Pero, si reconocemos la impermanencia de las cosas, transformamos cómo vivimos.
El verdadero bienestar implica saber abrazar el cambio y la incertidumbre inherente a estar vivos. Las creencias que tenemos sobre cómo debe ser la vida y cómo deben darse las cosas influyen en gran medida en cómo enfrentamos el cambio. El problema se presenta cuando consideramos que, usualmente, no somos conscientes de estas creencias, hasta que llega un momento que nos pone a prueba y sufrimos debido a la visión de la vida que hemos construido.
He aquí algunas creencias que nos impiden afrontar de buena manera los cambios de la vida y corroen nuestra resiliencia.
1. Asumir que nuestras expectativas y deseos siempre deben cumplirse
Tenemos la tendencia a creer que la vida siempre debe ser placentera, que las cosas deben ir siempre bien y que todo en nuestra vida se resolverá para mejor o acorde al plan que hayamos trazado; olvidamos que el cambio, la incertidumbre y el sufrimiento son parte integral de la vida.
Creemos, además, que si las cosas no nos salen bien es porque la vida es injusta, cuando la vida no se puede medir en función de la justicia (incluso si adoptamos esta medida, no podemos juzgar si la vida es justa o no solo en función de nuestra experiencia)
La impaciencia también es parte de esta creencia, pues muchas veces esperamos una gratificación inmediata a nuestros esfuerzos (o que las cosas ocurran en ciertos plazos establecidos) e intentamos evitar los procesos o transformaciones que no previmos, cayendo constantemente en la frustración.
2. Tendencia a pensar que el cambio es negativo y doloroso
Es la frecuencia con la que anticipamos lo peor. Aunque claramente no todos los cambios son agradables o positivos, la resistencia que ejercemos y el significado que damos a la experiencia hace que sea más difícil afrontarlos y que duela más.
La vida es un proceso neutro al que le vamos dando significado, las experiencias son oportunidades de crecimiento y transformación, entonces, por más adversa que percibamos una experiencia, debemos verla como una posibilidad para extraer algo nutritivo.
3. Engañarse y pretender que los cambios no están sucediendo
Esto implica negarse a ver la realidad. Un ejemplo muy común es cuando nos cuesta afrontar que ciertas cosas han cumplido un ciclo; puede ser un trabajo que nos llena de estrés, una relación donde ya no somos felices o un estilo de vida que sabemos es poco saludable. Es importante poder reconocer cuando es tiempo de soltar y dejar ir cosas que ya no funcionan para nuestra vida y bienestar, y ser fuertes para poder tomar las acciones necesarias.
Tampoco es realista pensar o esperar que las personas, situaciones o cosas a nuestro al rededor no cambien; tener la idea de que siempre estarán allí o que se mantendrán igual con el paso del tiempo. Si no consideramos los posibles cambios en la vida, tampoco podremos afrontar y aceptar los reveses que nosotros o nuestros seres queridos puedan sufrir.
Finalmente, otra forma de engañarnos es pensar que el cambio está en el futuro y no en el presente, que puede llevarnos a estar permanentemente esperando que algo bueno suceda, en vez de disfrutar lo positivo de presente. E incluso se aplica a la muerte: pensar que está muy lejos en el futuro nos impide disfrutar el presente como si fuera nuestro último día, agradeciendo lo que tenemos y no dando nada por sentado.
4. Creer que siempre se tiene que saber a dónde se va para poder tomar acción
Si bien muchos cambios y acciones que tomamos están dirigidas y bien pensadas, muchas otras se van desenvolviendo en nuestra vida sin que nosotros tengamos control sobre ellas. A veces la vida nos hace tomar rumbos distintos a los que teníamos intencionados y tenemos que fluir con ella. El no hacerlo -el no saber lidiar con aquella incertidumbre- nos hace más difíciles las transiciones de la vida.
Nos gusta saber cómo se desarrollará nuestra vida para poder estar preparados, pero si todo se diera tal y como lo anticipamos, nos perderíamos de sorpresas agradables, personas y destinos que de otra forma no hubiésemos conocido.
5. Creer que la valía es dependiente de lo que hacemos y tenemos
Esta es la idea de que la presencia de ciertas cosas en nuestra vida define o determina nuestra valía personal. Generalmente, estas son cosas externas, como nuestra apariencia física, trabajo, posesiones e ingresos. El gran problema se presenta cuando observamos que -por mucho que creamos lo contrario- estas cosas están fuera de nuestro control, y alguna de ellas llega a cambiar de forma temporal o permanente, nuestra autoestima se irá en picada y será difícil enfrentar los cambios que estemos experimentando.
Esta idea nos hace olvidar que nuestra valía no depende de factores externos, sino que depende de aspectos internos y que mientras alimentemos nuestra vida emocional, una sensación de estabilidad inherente se presentará en nuestra vida, haciendo mucho más fácil afrontar los cambios externos.