Partamos recordando una noción fundamental: las experiencias impactantes que nos marcan en la edad adulta pueden alterar nuestra función cerebral. Pero, durante la infancia, estos eventos pueden derechamente cambiar toda la estructura del cerebro.
Además, cuando existe maltrato, abandono o negligencia de índole emocional o psicológico (y no físico) durante éste período, puede ser particularmente difícil de identificar.
Desde que nacemos, nuestro desarrollo cerebral es un proceso donde las conexiones neuronales se crean, se fortalecen o se descartan. Estas conexiones, llamadas sinapsis, organizan nuestro cerebro formando redes cada vez más complejas, y su organización determina nuestro actuar. Podemos pensarlo como un sendero en la tierra: si caminamos sobre él en repetidas ocasiones, el camino se va marcando cada vez más; por el contrario, si no caminamos sobre él, se borrará progresivamente. Del mismo modo, si estimulamos ciertos patrones y caminos neuronales estos se solidifican y, si no, se eliminan. Este es el principio básico de la neuroplasticidad: si no se usa, se pierde.
El crecimiento de cada área cerebral depende, por tanto, de su estimulación, tal como un músculo que debe ejercitarse para crecer y desarrollarse, y que si se deja de ejercitar se atrofia.
Un estudio del 2016 ofrece pruebas sobre la hipótesis de que la inconsistencia y falta de amor parental puede derivar en problemas de salud mental en la adultez, así como reducir el potencial general de felicidad en el futuro.
Siguiendo con nuestra analogía, el maltrato es un camino recorrido continuamente (de forma no intencional) y, habiendo recorrido durante la niñez los caminos de las conductas tóxicas, se crea un sendero que es difícil de borrar. Por tanto, una de las mejores herramientas consiste en, progresivamente, salir del sendero e ir generando uno más sano, viendo aquellos caminos tóxicos disiparse con el tiempo.
MIEDO AL ABANDONO
El miedo al abandono puede originarse en pérdidas tempranas experimentadas durante la infancia que puede ser real o percibida como tal (por ejemplo, la muerte o lejanía de un padre, madre o ser querido) pero también puede ser el resultado de maltrato, físico o psicológico.
Un adulto que ha vivido estas experiencias de abandono (reales o percibidas) puede desarrollar la creencia persistente de que, no importa la situación o la persona, siempre hay un gran riesgo de ser abandonado y, a su vez, dos patrones de conducta se pueden dar: uno, la persona hará esfuerzos desmesurados por mantener cerca y complacida a su pareja, intentando evitar así el temido abandono. Dos, es posible que la persona ni siquiera haga esfuerzos por establecer relaciones duraderas en el tiempo, teniendo la certeza de que, eventualmente, su potencial pareja le abandonará.
INCAPACIDAD DE COMPROMETERTE EN TUS RELACIONES
Estudios longitudinales han probado que la capacidad de un niño para formar y mantener relaciones sanas a través de su vida se ven significativamente reducidas al tener un apego inseguro con sus cuidadores primarios en sus primeros años de desarrollo.
Es posible que, incluso teniendo una relación, esta incapacidad de compromiso se manifieste al sentir miedo a etiquetarla (por ejemplo, “esto es un noviazgo serio”) o al sentirse que hay más inversión emocional de su parte o de su compañero/a.
SENTIRSE CON DERECHO A MÁS
Algunas personas pueden tener la creencia de que les corresponden tratos favorables en sus relaciones (y, por tanto, tienen expectativas irreales de sus parejas) sin ningún mérito ni razón de por medio. Este rasgo puede estar enraizado en nuestra infancia y puede producirse por dos razones:
Sobrecompensación por carencias pasadas: Por ejemplo, un niño que al crecer no tuvo los mismos juguetes o ropa que sus pares tenían puede crecer creyendo que tienen el derecho de tener aquello que le faltó en la infancia.
El hábito de tener todo lo que quieren, todo el tiempo: Por ejemplo, un niño al que se le dio todo lo que pidió sin ninguna razón ni límite puede llegar a creer que debe tener lo que desea, a pesar de que sus deseos son desmesurados o irreales.
SENTIRSE INSUFICIENTE O POCA COSA
Muchas veces estos sentimientos de insuficiencia y baja autoestima pueden haber sido generados por los cuidadores (padres, tíos, abuelos, etcétera) con o sin intención, y existen distintos estilos de crianza que fomentan estos sentimientos:
Padres o cuidadores autoritarios
Hacen que sus hijos sigan reglas rígidas y arbitrarias, sin explicar ni negociar. Comparten muy poco tiempo de calidad y prestan poca o nula atención a lo que sienten o necesitan sus hijos. Los adultos que vivieron esta crianza pueden ni siquiera ser conscientes de sus necesidades y emociones y, dado que nunca establecieron acuerdos con sus cuidadores, pueden ser extremadamente sumisos o autoritarios al resolver problemas con sus parejas.
Padres o cuidadores permisivos
Tienen una idea demasiado relajada de la crianza, no generando límites y llevando a los niños a hacer lo que quieran y a tener que “vérselas por sí mismos”. Esto puede llevar a los niños a sentir que no son merecedores del tiempo de sus padres, tener pocas herramientas para enfrentar el mundo y, en un futuro, a sentirse poco merecedores del cariño del resto.
Padres o cuidadores narcisistas
Sienten que el mundo y sus hijos giran en torno a ellos, poniendo sus necesidades por sobre las de sus hijos. Los adultos que han sido criados por este tipo de padres pueden ponerse continuamente en segundo lugar, viendo sus necesidades como menos importantes o merecedoras de atención y cuidado que las de sus parejas.
Padres o cuidadores perfeccionistas
Piensan que sus hijos siempre pueden ser mejores y hacer todo mejor, lo que puede llevar a los hijos a sentirse permanentemente inadecuados aún teniendo logros destacables. Los adultos criados por estos padres pueden sentir que siempre son insuficientes para sus parejas, viéndose y actuando como si estuvieran en “un nivel inferior”.
Una parte importante de llevar mejores relaciones de pareja (y de todo tipo) es comprender los factores que nos llevaron inicialmente a desarrollar los patrones negativos que tenemos hoy. Esta comprensión nos deja mejor preparados para pensar soluciones y estrategias que respondan a nuestras necesidades (y las de nuestra pareja) y nos liberan de creencias culposas (“yo debo ser así porque quiero”) o de incertidumbre y angustia (“no entiendo por qué soy así”) que solo contribuyen a mantener el malestar y sufrimiento.